Que ladilla, fastidio, aburrición y tedio me dan las palabras vanas de una fatídica boca llena de improperios y verso falaz, la procaz procrastinación de una historia sin sentido, sin pruebas y sin motivos, absurdo de una urbe dejada al azar.
Aquel adverbio trastocado o su inútil predicado, el incesante adjetivo sin objeto, triunfos robados y promesas rotas también, son llamado a la carencia de cordura, la falsedad, difamación y desgracia, el descaro por encargo de algún galán de peculado, la petulancia de la ignorancia y el hacerse de rogar, la razón por la cual existen abogados, y asimismo, guerras y el verbo matar; una leyenda reza que hay menos flores que maleza, la palabra muere en el silencio, y renace en él, cumple su plenitud en el destierro, y sale holgada cuando la razón le cuadra, y la dicha reparte. No así, la insensatez, la recurrente falta de humildad, la lacitud tácita de que lo sobrante apesta.
Mi privacidad vale más que tu instinto obtuso, tus ciento ochenta cuentos errados y llenos de pimientos, mi intimidad no es rpoblema de otro cuando estoy en soledad, y es dilema de dos cuando hay acuerdo. Y si tanto te interesa, ni estoy loco, ni aún cuerdo. Por favor, más acto y menos viento; menos escándalo y mayor encuentro.
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